El jardín pintoresco es un paseo lleno de sorpresas. Caminas, vislumbras algo entre la vegetación, dos pasos más y encuentras ante ti una exótico templete en ruinas. Sigues andando, la vegetación, salvaje, sin domesticar, sin recortar, te envuelve. La luz entra tamizada a través de las hojas de los árboles, que se convierten en un velo, a veces más espeso, más diluido, dejándote ver, intuir o velando. Te dejas llevar, te pierdes con un afán curioso por descubrir el próximo secreto del capricho. Entre el espesor se ve algo que no pertenece a la naturaleza, geométrico, refulgente, que no entendemos, abstracto. Avanzamos, desaparece, vuelve a aparecer, esta vez más nítido, más cerca:¡vidrio! Pero no conseguimos identificar qué es. Continuamos, visiones lejanas y borrosas, segundos planos enmarcados por la naturaleza, ¿qué será lo próximo? Por fin lo entendemos, es el cofre del tesoro; en su interior: la edelwaiss.
El jardín pintoresco es un paseo lleno de sorpresas. Caminas, vislumbras algo entre la vegetación, dos pasos más y encuentras ante ti una exótico templete en ruinas. Sigues andando, la vegetación, salvaje, sin domesticar, sin recortar, te envuelve. La luz entra tamizada a través de las hojas de los árboles, que se convierten en un velo, a veces más espeso, más diluido, dejándote ver, intuir o velando. Te dejas llevar, te pierdes con un afán curioso por descubrir el próximo secreto del capricho. Entre el espesor se ve algo que no pertenece a la naturaleza, geométrico, refulgente, que no entendemos, abstracto. Avanzamos, desaparece, vuelve a aparecer, esta vez más nítido, más cerca:¡vidrio! Pero no conseguimos identificar qué es. Continuamos, visiones lejanas y borrosas, segundos planos enmarcados por la naturaleza, ¿qué será lo próximo? Por fin lo entendemos, es el cofre del tesoro; en su interior: la edelwaiss.
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